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El Lobotomobile de Freeman, por J. Eloy García

08/ 03/ 11
lobotomobile

La medicina del siglo XX está plagada de episodios que merecen ser recordados por diferentes motivos. La historia que hoy traemos contiene elementos más que suficientes para construir un excitante guión cinematográfico que nos interrogaría sobre las bondades y las miserias humanas. De hecho existe un film de 1982 protagonizado por Jessica Lange, “Frances”, que relata la vida de una de las protagonistas que aparecen a continuación y que ilustra colateralmente el asunto que abordamos.

El lobotomobile de Freeman o, la historia de un picahielos sin complejos.

En unos años en los que todavía no se habían descubierto los neurolépticos, la desesperación de los pacientes mentales y sus familias alcanzaba límites imaginables. Por todo EEUU se esparcían enormes hospitales psiquiátricos que en algunos casos mostraban el hacinamiento, la falta de recursos, y en general las condiciones infrahumanas a las que se veían sometidas estas personas. El conflicto bélico mundial iniciado en 1939 en el que este país participo de forma más que numerosa, produjo un impresionante aumento de la incidencia y la prevalencia de estos trastornos psiquiátricos empeorando la situación de forma notable.

Sea como fuere, después de que Egaz Moniz publicara el resultado de sus primeras leucotomías en 1936, inmerso en este escenario previamente descrito, el avispado Walter J. Freeman médico estadounidense nacido un 14 de noviembre de 1895 en Philadelphia (Pennsylvania), intuyó que la técnica de la lobotomía frontal transorbital que Amarro Fiamberti practicase por primera vez, bien podría ser usada por él mismo simplificando procedimientos para su aplicación masiva al margen de algunas consideraciones científicas o éticas.

freeman

Freeman, neurólogo de formación, compartía un consultorio en Washington con James W. Watts neurocirujano del que dependía a efectos de la práctica quirúrgica. Así es que la craneotomía con todas sus complicaciones fue sustituida por el abordaje transorbital. La técnica se desarrollaba durante los minutos en los que el enfermo permanecía inconsciente tras aplicarle las corrientes del electroshock, y consistía en introducir el punzón evitando el globo ocular y ciñéndose al tabique nasal accediendo así a la zona ósea más débil en el techo de la órbita. Una vez allí, unos golpes en el extremo del incisivo instrumento conseguían abrir paso al interior del cráneo. Introducido ya hasta el punto adecuado, se hacían unos movimientos laterales que seccionaban la conexión de los lóbulos frontales con el tálamo. La herramienta se retiraba límpiamente y el trabajo estaba terminado. La actuación era endemoniadamente rápida, tan solo duraba tres minutos. El procedimiento se podía repetir en varias ocasiones dependiendo de la supuesta gravedad del paciente.

El entusiasta y ambicioso Freeman carecía del título de cirujano, pero además tampoco necesitaba de quirófano, asepsia, anestesista, ni instrumental quirúrgico especial. El propio hijo del Dr. Freeman, reconoce en un vídeo que alguno de esos picahielos pasó directamente de la cocina al maletín de médico de su padre. Existe incluso alguna fotografía en la que se le ve usando una especie de maza para romper nueces en lugar de la herramienta apropiada para golpear el orbitoclasto, como así se llamaría el punzón refinado que Freeman diseñó a tal efecto.

Pasado un tiempo, Freeman y Watts dejaron de trabajar juntos por desavenencias respecto la forma de intervenir tan despreocupada e irresponsable de que hacía gala Freeman. Se cuenta que cierto día estando éste en plena faena con un paciente al que ya le había introducido ambos punzones, entró Watts en la habitación y el propio Freeman le pidió que le tomara una foto mientras posaba al lado del paciente a punto de serle practicada la ablación. A su colega aquella situación debió parecerle insuperable y se marchó de allí sin tomar la foto. Así mismo dicen que Freeman a menudo se jactaba de su destreza y cambiaba de mano para hacer demostraciones ante los que colaboraban con él en la cirugía, o los médicos que lo observaban para instruirse en la técnica.

La abnegación de Freeman llevó a que la lobotomía se hiciera tan popular como para ser requerido en diferentes hospitales y estados de costa a costa. Supo usar muy bien los medios de comunicación de masas, y de hecho, se trasladaba en una furgoneta que llamó lobotomobile, llegando a hacer demostraciones en una buena parte de los psiquiátricos del país. En su día se le acusó de hacer esto en lugares absolutamente inapropiados como la habitación de un hotel.

Conforme la técnica del picahielos ganaba adeptos, las intervenciones se multiplicaban y por ello llegaba a pedir por teléfono, antes de llegar a los hospitales, que dispusieran a los pacientes en hilera con el fin de realizar en cadena todas las cirugías que se habían programado. Tales aberraciones fueron extendidas a muchos pacientes para los cuales no había otro remedio y a los que tras la cirugía, se les daba unas gafas oscuras para ocultar los hematomas con lo que terminaba todo el tratamiento.

Los niños tampoco se libraron del punzón del Dr. Freeman, y es famoso el caso de un conductor de autobús de San José (California) llamado Howard Dully que plasmó su experiencia en un libro titulado Mi lobotomía. Al igual que otros varios cientos de pacientes, continúa con vida después de que a los doce años cambiara su existencia para siempre.

howard dully

Entre los pacientes famosos de Freeman se encuentra también una joven de la familia estadounidense de políticos por excelencia: Rosemary Kennedy. Fue intervenida a los 23 años, y a pesar de su estatus social y económico no logró encontrar un tratamiento mejor para sus problemas mentales, de hecho nunca se recuperaría. Existe una anécdota ligada a Frances E. Farmer, la famosa actriz de Seattle (Washington). De elegante belleza y desgraciada vida salpicada de desórdenes, adicción al alcohol, y altercados con la policía; fue diagnosticada de psicosis maniaco-depresiva y posteriormente de esquizofrenia paranoide. Los hechos hacen referencia a que probablemente Freeman le habría practicado una lobotomía, aunque existen testimonios contradictorios en lo que a este punto se refiere.

Walter Jackson Freeman I, padre de nuestro protagonista, fue un médico de éxito en su tiempo. Su abuelo materno, William Williams Keen, llegó a ser presidente de la American Medical Association. Es posible que Freeman lastrado por el legado brillante de una familia de médicos, estuviera más preocupado por su gloria que por encontrar un buen tratamiento para sus pacientes. Con el tiempo, el esplendor de su carrera comenzó a tocar fin. La era de la psicofarmacología había llegado, eran los años 50. Su actividad comenzó cada vez a ser más cuestionada y la aplicación de su método terminó por desterrarse.

Se estima que entre 40.000 y 50.000 personas en EEUU fueron lobotomizadas desde el año 1936 al 1967 en el que se efectuó la última de estas increíbles intervenciones. La muerte de Freeman ocurrió en mayo del 1972, dejando para la historia un record personal de aproximadamente 3.600 lobotomías. Como nota positiva recordar que Freeman se ocupó de hacer un importante seguimiento de sus pacientes incluso muchos años después de ser operados, haciendo un esfuerzo por visitarlos y mantener el contacto allí donde se encontrasen.

La información recopilada está en las siguientes páginas web consultadas el 20-2-2011:



http://psiquiatrianet.wordpress.com/tag/lobotomias/
http://vodpod.com/watch/3006319-howard-dully-lobotomizado-a-los-12-aos
http://en.wikipedia.org/wiki/Walter_Freeman_(neurologist)
http://en.wikipedia.org/wiki/Orbitoclast
http://www.ome-aen.org/2005_06_19_insoliteces.html
http://es.wikipedia.org/wiki/Frances_Farmer
http://www.dreamindemon.com/forums/archive/index.php/t-29563.html

J. Eloy García G.