Seguro que habéis oído hablar cientos de veces de las famosas tres leyes de la robótica de Isaac Asimov. Ya sabéis: Primera ley, un robot no puede hacer daño a un ser humano, o, por medio de la inacción etcétera, etcétera. Pero poca gente sabe que estas no son las únicas afortunadas leyes que el gran Isaac formuló a lo largo de su ingente obra. En su libro “La estrella de Belén” figura un ensayo titulado “¡Oh, perspicaz adivino del futuro!” en el que aparecen las Tres Leyes de la Futúrica. Muy recomendables para los aprendices de escritor (pero también para quienes contemplan perplejos el azaroso destino de la Humanidad), desgranan el proceso que siguen los escritores de ciencia ficción para pergeñar sus imaginarias sociedades del mañana. Os dejamos con Asimov:
“La predicción exacta ocurre en la ciencia-ficción mucho más a menudo de lo que podría esperarse de la simple casualidad. ¿Y por qué no? El escritor de ciencia-ficción, elaborando sus sociedades futuras, debe basarlas, consciente o inconscientemente, en la sociedad actual, y al hacerlo desarrolla por fuerza un camino para llegar a ellas. En pocas palabras, tanto si lo sabe como si no, emplea las Tres Leyes de la Futúrica.
La Primera Ley puede expresarse así: «Lo que ahora sucede continuará sucediendo». O dicho de otra forma: «Lo que ocurrió en el pasado ocurrirá en el futuro» (Si esto les recuerda mucho la vieja perogrullada «La historia se repite», no se equivocan. Toda mi «Trilogía de las Fundaciones» fue guiada conscientemente por la Primera Ley). […]
La Segunda Ley de la Futúrica dice: «Considera con seriedad lo obvio, porque poca gente lo advertirá». […] Es obvio, era obvio y ha sido obvio durante mucho tiempo que los recursos petrolíferos mundiales eran muy limitados y que el resultado de permitir que ese límite nos alcanzara, de repente, sería desastroso, por más que mucha gente se aferrara a la idea contraria. En realidad, las personas que, como yo mismo, señalaron con insistencia lo obvio, fueron denunciados por «agoreros» y despreciados. […] Así que hemos estado advirtiendo sobre esto en la ciencia-ficción durante más de cuarenta años. Y pese a ello, nuestros expertos hombres de estado y dirigentes continúan siendo sorprendidos por las «crisis de población» y las «crisis energéticas» y siguen actuando como si tales crisis surgieran de la nada, sin previo aviso, justo dos días antes.
La Tercera Ley de la Futúrica, en su forma más sencilla, puede formularse así: «Considerar las consecuencias». La predicción de un invento es muy fácil, ¿pero qué le ocurrirá a la sociedad cuando ese invento sea puesto en acción?
[…] Por supuesto, la Tercera Ley puede emplearse para una de las funciones fundamentales de la ciencia-ficción: la sátira. Se pueden considerar las consecuencias y escoger una poco probable que pueda parecer tan lógica como para iluminar fantásticamente la insensatez humana.
Pensemos en la inflación. Es un problema grave en la actualidad. Los precios suben de tal forma que la miseria y el sufrimiento no quedan limitados a la gente pobre, acostumbrados a ellos. En vez de eso, personas de buena posición, como ustedes o yo, están empezando a sufrir, y eso es penoso e injusto.
Debo admitir que encontrar una solución me costó bastante, porque no sé nada sobre ekonomía (¿se escribe así?). Por fortuna, hace poco escuché a un banquero discutir ciertos gráficos que indicaban el curso posible de los años siguientes. Al ser banquero, lo sabía todo en el terreno ekonómico.
El mencionado banquero señaló una tendencia ascendente (Era algo significativo. Pero no sé si se refería a un crecimiento del producto nacional o a que las mujeres llevarían la falda más corta). Dijo que la tendencia le parecía satisfactoria, pero que suponía un cuatro por ciento de paro. «Sería mucho mejor —opinó— si tuviéramos un cinco por ciento de paro, porque eso mantendría la inflación dentro de unos límites».
La intensidad de aquella revelación me cegó. ¡La inflación se solucionaba con el desempleo! Cuantos más parados, menos gente que tuviera dinero. Con menos dinero para derrochar tontamente, no habría razón para aumentar los precios, y se acabaría con la inflación. Me sentí muy orgulloso de haber escuchado a un economista tan inteligente.
Entonces el problema se reduce a esto: ¿Cómo conseguiremos suficientes parados?
El inconveniente es que el desempleo no es ocupación muy popular y apenas si existen voluntarios. No es nada sorprendente, a la vista del desprecio con que se considera la profesión de parado. Muchísimas veces hemos dicho a un amigo: «¿Por qué esos holgazanes no dejan de vivir bien y se buscan un empleo?» (Y esto es exactamente lo que a uno no le interesa que hagan, si es que queremos acabar con la inflación).
Pero analicemos la situación con lógica. Usted, en su posición privilegiada de ejecutivo y con su sueldo exorbitante, contribuye a la inflación cada día que pasa, en tanto que esos pobres diablos con zapatos agujereados, pegados a sus botellas de vino en barrios de mala muerte, combaten la inflación con una fuerza desesperada. Entonces, ¿cómo podemos despreciarlos? ¿Quién de ustedes se merece más de la sociedad?
Si queremos vencer la inflación, debemos reconocer en el parado a nuestro luchador de vanguardia contra esa plaga, y darle todos los honores que se merece.
A decir verdad, lo hacemos hasta cierto punto. Les pagamos el seguro de paro y la seguridad social. No es mucho dinero, pero no puede ser más: si pagamos mucho a los desempleados, la inflación se disparará.
Pero si su sueldo debe ser pequeño, ¿por qué acompañarlo con un desprecio tan abierto? El dinero no lo es todo, ya lo saben, y cualquier persona desempleada se contentaría con su ración si tan sólo recibiera un poco de la gratitud que tan abundantemente se merece.
¿Por qué no saludar a esos esforzados y sufridos soldados que se encuentran en las trincheras del frente, en la guerra contra la inflación, con unas palabras amables, con unas palmaditas en la espalda? Que sepan que estamos apoyándoles y que les tenemos en gran aprecio. Eso sí, no hay que darles ni un céntimo. Es fundamental no entregarles dinero.
También el gobierno puede ayudar. Se podría hacer una campaña de reclutamiento para el servicio de desempleo, premiando con la cruz de plomo y el haz de cucharas soperas a los que se convirtieran en parados siguiendo la llamada del deber. Debería reconocerse el patriotismo de ciertos grupos minoritarios que contribuyeran a la lucha por encima de sus posibilidades. Los carteles de reclutamiento deberían decir: «El Tío Sam quiere que TU dejes tu trabajo».
Hombres y mujeres se unirían en masa bajo la bandera del paro. El objetivo del cinco por ciento se alcanzaría con toda facilidad. Es más, se superaría, porque los americanos no se desentienden de sus obligaciones para con la patria.
¡Y se lograría contener la inflación!
Supongo que por medio de la Tercera Ley estoy criticando a nuestro sistema económico, o a nuestra postura endurecida hacia el parado, o a nuestra tendencia a hacer de la guerra algo romántico. […]
La auténtica esencia de la ciencia-ficción consiste en considerar lo desagradable si a ello nos obliga la tarea de generalizar las tendencias sociales y científicas. Y lo maravilloso del lector de ciencia-ficción es que aceptará lo desagradable y lo mirará cara a cara.
Si pudiéramos conseguir que todo el mundo hiciera eso, aún habría una esperanza para la humanidad.”
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