Amor y revolución
Tal vez sois de esas personas a las que no les gustan los westerns. Yo también lo era. Hasta que vi Grupo Salvaje, Duelo en la Alta Sierra, Pasión de los fuertes, Sólo ante el peligro o Winchester 73, yo pensaba en el western como un ejercicio de exaltación histórico-patriótica del imaginario colectivo estadounidense, como una celebración de la supremacÃa de los yankies, como una justificación del genocidio indio. Y algunos son asÃ. Pero hay mucho más. A partir de los años 60 (aunque su veta es visible aisladamente en fantásticas pelÃculas de las décadas anteriores) comienza a fraguarse el llamado western crepuscular. Con este movimiento la épica del género salta en mil pedazos, en un desplazamiento sin vuelta atrás. Los vaqueros ya no son luchadores honrados destinados a ganar todos los duelos y llevarse a la chica, sino hombres con fisuras que pasan más tiempo hablando de épocas mejores que disparando. Dejan de ser héroes para pasar a ser individuos torturados por su pasado y atrapados por las circunstancias que, cómo el género, terminan siendo meros fantasmas de lo que fueron. Con ellos el western se vuelve existencial, anunciando su desaparición como género, pero alcanza una profundidad que ni siquiera soñó en su supuesta Edad de Oro.
Sam Peckimpah es considerado como el gran adalid de este movimiento y Grupo Salvaje su pelÃcula más destacada. Por su enorme brillo eclipsó para siempre a otra pelÃcula estrenada dos años antes que llevaba por tÃtulo “Los Profesionales” y a la que pertenece el corte que acabáis de ver. Su director, Richard Brooks, se habÃa ganado una enorme reputación como guionista, y hace honor a ella en este diálogo y en muchos otros que hacen de la pelÃcula una obra memorable. Tuvo la suerte de contar con un grupo de actores incontestables. Además de Burt Lancaster y Jack Palance, la enorme presencia de Lee Marvin y la belleza de Claudia Cardinale contribuyen a situarla entre una de las mayores obras del género y del cine.
He recordado otra vez este diálogo observando la deriva de las acampadas y de todo el movimiento 15M. Como los revolucionarios de la pelÃcula, los indignados se enfrentan a un terrible enemigo: el tiempo. Es necesario evolucionar hacia otra cosa, hacer el movimiento perdurable, no perpetuarse en las plazas, no agotarse en discursos circulares. En caso contrario la gente se irá, porque se desengañará. Espero que esto no ocurra, pero si ocurre, tened por seguro que volveremos porque, sin remedio, nos sentiremos (otra vez) perdidos.
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