Godfrey Hounsfield y el EMI Scanner Episodio 2: 1971
Atkinson Morley’s Hospital, Londres 1971
James Ambrose comenzó a sentir una fuerte presión sobre su hombro izquierdo. Un sudor frÃo le recorrÃa la frente. Nunca en su vida habÃa estado tan nervioso. A su lado estaban sentados el equipo de neurocirujanos del Atkinson Hospital. Los más jóvenes parecÃan intrigados, pero los cirujanos de más edad daban muestras de impaciencia. James lo veÃa claro: se habÃan precipitado al estrenar la máquina. No estaba preparada. Miró hacia el fondo de la sala y encontró la cara siempre sonriente de Godfrey Hounsfield. ¿Cómo podÃa sonreÃr en aquellas circunstancias?
Durante los dos últimos años habÃan trabajado sin descanso en la idea de Godfrey. Primero con el modelo primitivo usando cabezas de animales, o cerebros que Ambrose conseguÃa en la Universidad. Más tarde con el prototipo encargado por el Departamento de Salud. HacÃa meses que la máquina estaba terminada, pero Hounsfield siempre pensaba en nuevos ajustes para conseguir mejores resultados.
HabÃan hecho muchas pruebas, incluso el propio Godfrey se habÃa metido bajo el arco en varias ocasiones. Los resultados eran espectaculares, de eso no habÃa duda. Las pocas personas que habÃan visto las imágenes habÃan quedado asombradas. Aquel invento revolucionarÃa la medicina. El problema era el tiempo.
La máquina era muy lenta. Tardaba sólo 5 minutos en tomar las imágenes, pero lo tedioso era el procesado. Un operario llevaba en una cinta los datos del scanner desde el Atkinson Morley’s a las laboratorios de EMI, donde un ordenador ICL 1905 trabajaba toda la noche preparando las imágenes. Hounsfield estaba trabajando en un miniordenador que reducirÃa los tiempos de procesado, pero todavÃa no estaba listo.
Aquella mañana se habÃa reunido casi todo el departamento de NeurocirugÃa, algún neurólogo y por supuesto todos los radiólogos del Hospital en la antigua sala de sesiones. La misteriosa máquina de Ambrose y Hounsfield habÃa despertado gran expectación entre sus compañeros, y todos querÃan ver la demostración de sus virtudes.
Los neurocirujanos le habÃan presentado el caso de una mujer joven con la sospecha de un tumor cerebral en el lóbulo frontal. Ambrose hubiera preferido realizar antes una arteriografÃa, pero se dejó convencer por Godfrey para utilizar la máquina por primera vez con esa paciente.-Será un acontecimiento inolvidable, un bautismo de fuego- habÃa dicho el ingeniero, contagiando a todos de su optimismo inquebrantable. La prueba se habÃa realizado la tarde anterior, y ahora todos esperaban la llegada del operario de EMI con las imágenes.
El reloj marcaba las 8 y cuarto. James tenÃa muchas dudas. DebÃan haber esperado a que el minicomputador funcionara. Además tenÃan que haber hecho más pruebas en cadáveres con lesiones tumorales y vasculares para describir correctamente su aspecto radiológico. No estaba seguro de cómo interpretarÃa el resultado del scanner. Lo que más le atormentaba era no haberse atrevido a utilizar contraste yodado. Estaba seguro de que hubiera ayudado a definir la lesión. Todas esas ideas se entrelazaban en un nudo que no le dejaba respirar.
Alguien entró por la puerta. Un chico pelirrojo se quedó petrificado mirando la multitud de médicos que abarrotaban la sala. -Buenos dÃas, doctores. Traigo un paquete para el doctor Ambrose.- dijo en un tono temeroso.
James Ambrose se adelantó y firmo el recibo. Abrió la caja de cartón, sintiendo todas las miradas clavadas en su espalda. Separó los grandes sobres que contenÃan las imágenes impresas y rebuscó entre los envoltorios hasta que encontró lo que buscaba: una cinta con el logotipo de EMI.
Caminó hacia un enorme televisor e introdujo la cinta en una ranura lateral. El televisor comenzó a hacer ruido. James se sentó en primera fila y pidió a uno de sus residentes que apagara las luces.
Un murmullo generalizado acompañó al primer fotograma de la cinta, unos grandes números blancos sobre un fondo negro que correspondÃan al número de registro del estudio. La imagen permaneció estática durante unos segundos, eternos para Ambrose. Entonces comenzaron a aparecer imágenes que correspondÃan a los cortes más bajos del scanner. Se hizo un silencio absoluto. Cada imagen permanecÃa 10 segundos en pantalla, dando paso al corte inmediatamente superior. Ambrose se dió cuenta de su fracaso. Sin el contraste yodado no se distinguirÃa la lesión. Los cortes seguÃan ascendiendo dejando ver claramente los ventrÃculos cerebrales. Le pareció distinguir cómo el asta frontal derecha parecÃa de menor tamaño que la izquierda. Unos segundos después entendió el motivo. Los médicos no daban crédito a lo que veÃan: una lesión oscura y redondeada ocupaba el lóbulo frontal derecho. Al verla Ambrose identificó inmediatamente su composición: era negra como el agua de los ventrÃculos, por lo que tenÃa que ser quÃstica. Las imágenes seguÃan pasando y la excitación de los asistentes iba en aumento. Los cirujanos discutÃan porque habÃan apostado a que la localización era frontal derecha y la imagen lo que mostraba era una localización al lado izquierdo de la pantalla. Le pedÃan que lo pasara otra vez y algunos se lanzaron a mover los controles.
James buscó entonces a Hounsfield. El ingeniero le abrazó como si fuera a romperle los huesos. Se sentÃa como si acabara de ganar la final de la Copa del Mundo en el estadio de Wembley. -Hay que reducir los tiempos, James. Tenemos que añadir el computador, y esa matriz es demasiado grande…-James ya no le escuchaba. Estaba pensando en la nuez con la que Godfrey le habÃa convencido para apuntarse a aquella aventura. No entendÃa cómo aquél hombre tan sencillo, que no habÃa estudiado en la Universidad y que se dedicaba a fabricar transistores en el sótano de una fábrica destartalada habÃa conseguido cambiar su profesión de la noche a la mañana. Pensó en todas las arteriografÃas que habÃa hecho, y en el nuevo trabajo que se presentaba ante él.
Respiró hondo. Por el momento dejarÃa que los cirujanos discutieran un poco más, antes de que descubrieran que las imágenes en el scanner estaban invertidas y que la lesión era en efecto frontal derecha. Salió de la sala y por primera vez en muchos dÃas sonrió.
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