Un espÃritu libre no debe aprender como esclavo

Roberto Rossellini fue uno de los mejores directores de cine del siglo XX. Comenzó a rodar pelÃculas en los duros años de la II Guerra Mundial, y sobre las ruinas de una Europa moribunda firmó sus primeras obras maestras: Roma cittá apperta se rodó en la capital de Italia dos meses después de su liberación por las tropas americanas, Germania anno zero se filmó en el sector francés de BerlÃn, con actores no profesionales, en medio de un paisaje postapocalÃptico, Paisá utilizó también actores no profesionales para rodar una historia coral sobre el fin de la guerra.

Con esta trilogÃa Rossellini se convertÃa en uno de los padres el neorrealismo. Sin embargo, lejos de estancarse aquÃ, Rossellini inició una búsqueda tenaz de formas expresivas que consiguieran satisfacer su idea del cine como un instrumento educativo, como un arma moral. En 1963, consciente de la potencialidad enorme de la naciente televisión, decide abandonar el cine y dedicarse a realizar pelÃculas “didácticas” destinadas a su emisión por televisión. Sócrates, La Edad de Hierro, La toma de poder por Luis XIV, Los hechos de los apóstoles o Pascal son algunos ejemplos de esta época. Una época en la que Rossellini se interesa profundamente por la ciencia, en un momento en que el mundo se transforma a una velocidad de vértigo a lomos de aquella.
Un espÃritu libre no puede aprender como esclavo es uno de los muy recomendables libros que escribió durante los últimos años de su vida. En él transmite ideas simples pero enormemente clarividentes sobre nuestro mundo y sobre la educación. Reproducimos a continuación su explicación sobre lo que denominaba la semicultura
“La semicultura es peor que la ignorancia porque nos engaña. Su engaño hace posible tenernos atados de pies y manos, subyugados por quimeras.
La semicultura, en efecto es la ilusión de saber. Los medios de comunicación nos alimentan a diario con estÃmulos y con noticias. Pero estos medios, no lo olvidemos, están al servicio de grupos dominantes que los manejan a su antojo; para servirlos adecuadamente necesitan del éxito a toda costa.

Se explica asà la tendencia actual de los medios de comunicación al “sensacionalismo”, el afán de exagerar las noticias más insignificantes, de enunciar a bombo y platillo cualquier tema, cualquier problema viejo o nuevo.
Por tal razón las noticias, problemas y conceptos que difunden están ya manipulados desde el principio. La extrema rapidez con que han de elaborarse los programas en los medios de comunicación, por otra parte, los condena fatalmente a la superficialidad más absoluta.
Los medios de comunicación hacen “cultura” a su manera. Pero la sirven en dosis aplastantes y su fin no es el de instruir, sino el de condicionar: el resultado es la semicultura.[…]
Hoy, que tanto se habla de compromiso y de cultura, resulta inevitable que la gran mayorÃa de los hombres -privada de los conocimientos que les permitirÃa tener las ideas claras, los cuales, por otra parte, no los proporciona la escuela, ni tampoco los medios de comunicación- se refugie en la ilusión de saber, cuando no se simula saber. Los medios de comunicación se convierten asà en los ministros por antonomasia del reino de la semicultura.
El comportamiento de sus súbditos es comparable al de un bibliotecario que conociera los tÃtulos de todas las obras confinadas a su tutela, pero no su contenido, y que aún asà se creyera en la obligación de discutir las ideas de, pongamos, Kant, Leibnitz o Freud”
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