Pero hoy, como todos los dÃas, millones de personas en todo el mundo ven cómo la esencia de los que aman se consume, cómo va quedando sólo un caparazón, una sombra de lo que fueron.
Mario era poeta y, siendo aún un niño, conoció a Luz. Los dos iniciaron, como decÃa Mario, una existencia a dos latidos. Se casaron en el año 1946 y conocieron juntos exilios y regresos. En 2009 Mario murió. Para su desgracia vivió sus últimos años sin Luz, en la oscuridad (de ahora en adelante/aunque comparta el tiempo con cercanos/con los mÃos de siempre/y pregunte y responda y hasta rÃa/mi alma estará sola en su guarida/con su resignación involuntaria/rodeada de memorias imborrables/e insomnios invadidos de tristeza). Pero si la memoria de Mario era imborrable, la de Luz era frágil. En uno de sus últimos libros (Canciones del que no canta) Mario escribió una escalofriante poesÃa, que lleva por tÃtulo Sentimientos. Unos pocos versos que ayudan a entender el Alzheimer de una forma que ningún tratado de NeurologÃa conseguirá jamás.
fueron 60 años de saber y tenernos
en los silencios como en los abrazos
en los contactos o en la lejanÃa
creando las congojas y el amor
partiendo de la infancia
en que nos descubrimos /
de la adolescencia
en que nos enlazamos /
y de los otros tiempos y otros años
en que nuestros pasos iban al unÃsono
Ha salido en todas las televisiones, todos se apuntan a celebrar su aniversario. Asistimos en nuestros dÃas a la institucionalización del hombre. Miguel Hernández, poeta y pastor, feroz revolucionario, comisario polÃtico en la Guerra Civil, rebelde hasta la muerte, muerto, ya indefenso, utilizado por los polÃticos como coartada cultural. Otra más.
Miguel Hernández habÃa nacido con el cutis duro y terroso de los campesinos. Ignorante de coqueterÃas, llevaba cortÃsimo un pelo espeso que ningún peine habrÃa sabido domar. Manos anchas, manos de labriego. Miguel no era elegante. PreferÃa a cualquier indumentaria refinada el rudo pantalón de pana de los campesinos, y esas alpargatas levantinas, con ocho cordones negros, que habrÃan de ser el calzado de campaña de los primeros milicianos. Pero dos cosas resultaban inolvidables en el poeta: la limpidez de su mirada clara y el timbre varonil y profundo de su voz.
Efectivamente, la solución era Mario Benedetti, el gran poeta uruguayo que al final no pudo con su asma. Se murió pero sus libros están ahÃ. Leedlos, que nunca defraudan. Hasta mañana.
Voy a cerrar los ojos en voz baja
voy a meterme a tientas en el sueño.
En este instante el odio no trabaja
para la muerte que es su pobre dueño
la voluntad suspende su latido
y yo me siento lejos, tan pequeño
que a Dios invoco, pero no le pido
nada, con tal de compartir apenas
este universo que hemos conseguido
Editores:
Contacto:
RSS:
Neurobsesion en: