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Poned el vídeo a pantalla completa, apagad las luces de la habitación, aumentad el volumen y preparaos para una fantástico viaje a los límites del Universo conocido. Partiendo de la cordillera del Himalaya nos elevaremos hacia el infinito en un viaje de ida y vuelta.
Esta animación ha sido realizada por el American Museum of Natural History y en ella se representa cada satélite, planeta, estrella y galaxia a escala y en su localización correcta de acuerdo con los conocimientos astronómicos actuales. Las imágenes sobrecogen al espectador, sobre todo cuando, alejándonos, la tierra comienza a ser el punto azul pálido que una vez mencionó Carl Sagan.
Eso sí, yo he intentado sin éxito ver rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser… supongo que se requieren ojos de replicante para eso.
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Un punto azul pálido
El 5 de septiembre de 1977 se lanzó desde Cabo Cañaveral, Florida, la sonda espacial Voyager 1, cuya misión original era visitar Júpiter y Saturno. Actualmente es el objeto hecho por el hombre más alejado de la Tierra: el 7 de julio de 2009 se encontraba a más de 16.000 millones de kilómetros de aquí, en los límites del Sistema Solar.
El 14 de febrero de 1990, a una distancia de 6.000 millones de kilómetros de la Tierra, Voyager 1 tomó la fotografía que veis en la cabecera de este post. En ella nuestro planeta es un punto de luz casi imperceptible. Carl Sagan escribió entonces un texto sumamente inspirador, que reproducimos a continuación:
Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es casa. Eso es nosotros. En él se encuentra todo aquel que amas, todo aquel que conoces, todo aquel del que has oído hablar, cada ser humano que existió, vivió sus vidas. La suma de nuestra alegría y sufrimiento, miles de confiadas religiones, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de la civilización, cada rey y cada campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, cada esperanzado niño, inventor y explorador, cada maestro de moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie vivió ahí – en una mota de polvo suspendida en un rayo de luz del sol.
La Tierra es un muy pequeño escenario en una vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre vertida por todos esos generales y emperadores, para que, en gloria y triunfo, pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las interminables crueldades visitadas por los habitantes de una esquina de ese pixel para los apenas distinguibles habitantes de alguna otra esquina; lo frecuente de sus incomprensiones, lo ávidos de matarse unos a otros, lo ferviente de su odio. Nuestras posturas, nuestra imaginada auto-importancia, la ilusión de que tenemos una posición privilegiada en el Universo, son desafiadas por este punto de luz pálida.
Nuestro planeta es una mota solitaria de luz en la gran envolvente oscuridad cósmica. En nuestra oscuridad, en toda esta vastedad, no hay ni un indicio de que la ayuda llegará desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos.
La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Colonizar, aún no. Nos guste o no, en este momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos.
Se ha dicho que la astronomía es una experiencia de humildad y construcción de carácter. Quizá no hay mejor demostración de la tontería de los prejuicios humanos que esta imagen distante de nuestro minúsculo mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos los unos a los otros más amablemente, y de preservar el pálido punto azul, el único hogar que jamás hemos conocido.
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