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Godfrey Hounsfield y el EMI Scanner Episodio 2: 1971

16/ 03/ 11
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Atkinson Morley’s Hospital, Londres 1971

James Ambrose comenzó a sentir una fuerte presión sobre su hombro izquierdo. Un sudor frío le recorría la frente. Nunca en su vida había estado tan nervioso. A su lado estaban sentados el equipo de neurocirujanos del Atkinson Hospital. Los más jóvenes parecían intrigados, pero los cirujanos de más edad daban muestras de impaciencia. James lo veía claro: se habían precipitado al estrenar la máquina. No estaba preparada. Miró hacia el fondo de la sala y encontró la cara siempre sonriente de Godfrey Hounsfield. ¿Cómo podía sonreír en aquellas circunstancias?

Durante los dos últimos años habían trabajado sin descanso en la idea de Godfrey. Primero con el modelo primitivo usando cabezas de animales, o cerebros que Ambrose conseguía en la Universidad. Más tarde con el prototipo encargado por el Departamento de Salud. Hacía meses que la máquina estaba terminada, pero Hounsfield siempre pensaba en nuevos ajustes para conseguir mejores resultados.

Habían hecho muchas pruebas, incluso el propio Godfrey se había metido bajo el arco en varias ocasiones. Los resultados eran espectaculares, de eso no había duda. Las pocas personas que habían visto las imágenes habían quedado asombradas. Aquel invento revolucionaría la medicina. El problema era el tiempo.

La máquina era muy lenta. Tardaba sólo 5 minutos en tomar las imágenes, pero lo tedioso era el procesado. Un operario llevaba en una cinta los datos del scanner desde el Atkinson Morley’s a las laboratorios de EMI, donde un ordenador ICL 1905 trabajaba toda la noche preparando las imágenes. Hounsfield estaba trabajando en un miniordenador que reduciría los tiempos de procesado, pero todavía no estaba listo.

Aquella mañana se había reunido casi todo el departamento de Neurocirugía, algún neurólogo y por supuesto todos los radiólogos del Hospital en la antigua sala de sesiones. La misteriosa máquina de Ambrose y Hounsfield había despertado gran expectación entre sus compañeros, y todos querían ver la demostración de sus virtudes.

Los neurocirujanos le habían presentado el caso de una mujer joven con la sospecha de un tumor cerebral en el lóbulo frontal. Ambrose hubiera preferido realizar antes una arteriografía, pero se dejó convencer por Godfrey para utilizar la máquina por primera vez con esa paciente.-Será un acontecimiento inolvidable, un bautismo de fuego- había dicho el ingeniero, contagiando a todos de su optimismo inquebrantable. La prueba se había realizado la tarde anterior, y ahora todos esperaban la llegada del operario de EMI con las imágenes.

El reloj marcaba las 8 y cuarto. James tenía muchas dudas. Debían haber esperado a que el minicomputador funcionara. Además tenían que haber hecho más pruebas en cadáveres con lesiones tumorales y vasculares para describir correctamente su aspecto radiológico. No estaba seguro de cómo interpretaría el resultado del scanner. Lo que más le atormentaba era no haberse atrevido a utilizar contraste yodado. Estaba seguro de que hubiera ayudado a definir la lesión. Todas esas ideas se entrelazaban en un nudo que no le dejaba respirar.

Alguien entró por la puerta. Un chico pelirrojo se quedó petrificado mirando la multitud de médicos que abarrotaban la sala. -Buenos días, doctores. Traigo un paquete para el doctor Ambrose.- dijo en un tono temeroso.

James Ambrose se adelantó y firmo el recibo. Abrió la caja de cartón, sintiendo todas las miradas clavadas en su espalda. Separó los grandes sobres que contenían las imágenes impresas y rebuscó entre los envoltorios hasta que encontró lo que buscaba: una cinta con el logotipo de EMI.

Caminó hacia un enorme televisor e introdujo la cinta en una ranura lateral. El televisor comenzó a hacer ruido. James se sentó en primera fila y pidió a uno de sus residentes que apagara las luces.

Un murmullo generalizado acompañó al primer fotograma de la cinta, unos grandes números blancos sobre un fondo negro que correspondían al número de registro del estudio. La imagen permaneció estática durante unos segundos, eternos para Ambrose. Entonces comenzaron a aparecer imágenes que correspondían a los cortes más bajos del scanner. Se hizo un silencio absoluto. Cada imagen permanecía 10 segundos en pantalla, dando paso al corte inmediatamente superior. Ambrose se dió cuenta de su fracaso. Sin el contraste yodado no se distinguiría la lesión. Los cortes seguían ascendiendo dejando ver claramente los ventrículos cerebrales. Le pareció distinguir cómo el asta frontal derecha parecía de menor tamaño que la izquierda. Unos segundos después entendió el motivo. Los médicos no daban crédito a lo que veían: una lesión oscura y redondeada ocupaba el lóbulo frontal derecho. Al verla Ambrose identificó inmediatamente su composición: era negra como el agua de los ventrículos, por lo que tenía que ser quística. Las imágenes seguían pasando y la excitación de los asistentes iba en aumento. Los cirujanos discutían porque habían apostado a que la localización era frontal derecha y la imagen lo que mostraba era una localización al lado izquierdo de la pantalla. Le pedían que lo pasara otra vez y algunos se lanzaron a mover los controles.

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James buscó entonces a Hounsfield. El ingeniero le abrazó como si fuera a romperle los huesos. Se sentía como si acabara de ganar la final de la Copa del Mundo en el estadio de Wembley. -Hay que reducir los tiempos, James. Tenemos que añadir el computador, y esa matriz es demasiado grande…-James ya no le escuchaba. Estaba pensando en la nuez con la que Godfrey le había convencido para apuntarse a aquella aventura. No entendía cómo aquél hombre tan sencillo, que no había estudiado en la Universidad y que se dedicaba a fabricar transistores en el sótano de una fábrica destartalada había conseguido cambiar su profesión de la noche a la mañana. Pensó en todas las arteriografías que había hecho, y en el nuevo trabajo que se presentaba ante él.

Respiró hondo. Por el momento dejaría que los cirujanos discutieran un poco más, antes de que descubrieran que las imágenes en el scanner estaban invertidas y que la lesión era en efecto frontal derecha. Salió de la sala y por primera vez en muchos días sonrió.

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