Madison, Wisconsin. Ahora mismo.
Imaginemos que el gobernador republicano de un estado del Medio Oeste, con el pretexto de la crisis y el disbalance presupuestario, elabora un proyecto de ley para suprimir la negociación laboral colectiva de los empleados públicos, limitar los derechos sindicales, mermar o anular pensiones y elevar el pago del seguro médico.
Imaginemos que 80.000 personas salen a la calle para defender sus derechos y que durante días y días entablan un pulso con el poder político. Y que la protesta se extiende por el país.
Imaginemos que los 14 senadores del partido demócrata, en un intento desesperado de frenar la votación de la ley, desaparecen. Y que la policía es enviada a sus casas y sólo encuentra habitaciones vacías, porque los senadores han abandonado el Estado.
Imaginemos que el pueblo entra y ocupa el Capitolio de la capital del estado, y que la policía, enviada para expulsarlos, se une a su lucha porque “gobernador Walker, usted ha pensado que esta es su casa, pero realmente es la nuestra”.
Imaginemos que Ian’s Pizza, un pequeño local de Wisconsin, recibe una llamada desde Egipto, encargando pizzas para que sean entregadas a los manifestantes, en solidaridad con su causa. Y que luego llaman desde Finlandia. Y desde Nueva Zelanda. Y desde México.
Imaginemos que en este extraño inicio de año, no sólo los pueblos de África y de Asia se hacen conscientes de su poder.
Y si no queremos imaginar, démosle al play y recordemos cómo empieza el texto constitucional de los Estado Unidos: “Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos…”
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